viernes, 24 de febrero de 2012

Autobiográfica

Llegué al mundo un lunes, 27 de octubre de 1986, a las 8:50 de la mañana. Increíblemente madrugué para nacer, porque desde ese día detesto levantarme temprano. Según cuenta la madre que me parió, le atrasaron el parto. Las contracciones empezaron el domingo a la tarde y como era domingo… en fin, ustedes saben, burocracia. Con este dato llegué a la conclusión que por ese motivo adoro trasnochar y disfruto tanto de la soledad de la noche, me hicieron hacer cola para nacer.

Tengo memoria auditiva. Me encantan los sonidos y las escenografías que se pueden armar con ellos. La música. Escuchar. Escucharme. Escucharlos. Me encanta prestar atención a la melodía de las palabras, la entonación, la firmeza o no al pronunciarlas. Eso me llevó a encontrar mi primera vocación: ser productora de radio. Un medio de comunicación que me acompaña desde que nací y me enseñó a imaginar.
Por otro lado tengo memoria visual y creo que una imagen dice más que mil palabras. Eso me llevó a enamorarme de la fotografía y a ser un obturador constante de todo lo que me pasa para guardarlo como una postal.
Nunca me gustaron los números. De hecho creo que solo dividen, aunque intenten sumar, restar o multiplicar. Las cifras siempre dan las peores noticias, el resultado de un partido, un sueldo mal pago, la temperatura, porcentaje de desempleo, de inflación, de producción. En cambio las palabras unen, amenizan, tranquilizan, humanizan, acercan, enamoran, y hasta la peor tragedia, bien relatada no parece ser tan grave. Eso me llevó a encontrar mi segunda vocación: el periodismo.
La comunicación es la base y los cimientos de mi vida. Y para ello utilizo los cinco sentidos. Siempre atenta. Siempre pendiente. Siempre escuchando, viendo, degustando, olfateando y tocando la realidad que me atraviesa.

Cuando era chica me gustaba pintar. Y es el día de hoy que me encantan los colores. Estoy convencida que modifican el ánimo. Pero como no se pintar, pinto con las palabras. Es mi forma de darle un arco iris diario a la vida.

Me encanta el olor a libro o revista nueva. Y el olor de la lluvia. Placeres gratuitos.

No sigo modas de ningún tipo. Y es muy raro que lleve una remera con la cara de una personalidad que me guste. Porque creo que no hay nada más original que ser uno mismo y tener fundamentos para demostrarlo. Sino sería un: “soy ésta remera”, o sea: soy otra persona.

Disfruto de estornudar, bostezar y suspirar. Son como los botones de emergencia de nuestro ser y por qué no los termómetros naturales de nuestro entorno. El suspiro te indica placer, el bostezo aburrimiento o un espacio no agradable y el estornudo cierta alergia a lo que nos rodea.

Siempre dije que soy una mezcla de Mafalda, Lisa Simpson, Enriqueta y Matilda. Utópica. Idealista. Extrasensorial. Aquélla que cree que los imposibles son posibles. Que si cada uno hace lo que le corresponde como ser humano, la sociedad sería otra. Que no hay que cambiar al mundo, sino que tenemos que cambiar nosotros. Que mira todo el tiempo las pequeñas cosas que pasan sin pena ni gloria pero que son las más lindas de la vida.

Cuando tenía cinco años mi abuela decía que por mis actitudes y verborragia era una adulta adentro del cuerpo de una nena.
Por otro lado una vecina mayor siempre se acordaba de una anécdota de cuando tenía esa edad. Una vez mi mamá fue a llevarle algo, conmigo, a la hora del almuerzo y ella me convidó lo que comía, milanesas, cuando quiso cortarme un bocado, al ver su intención le dije: “no deja, yo puedo sola”, acto seguido agarré los cubiertos, corté y comí. De chiquita quería valerme por mi misma y no esperar a que los demás hicieran las cosas por mí. Ahora te digo que las cosas hay que vivirlas, no te las tienen que contar. Y que jamás esperes que alguien haga algo por vos, te podes llevar decepciones y en el mejor de los casos no quedarte conforme.

Hay una cosa que me genera vicio y que cuando empiezo a consumirlo hasta que no termino no paro: el jugo de naranja o pomelo recién exprimido. Una adicta new age.

Andar en bicicleta tiene varios significados para mí. Por un lado es ser concientes de que tenemos que tener nuestro propio equilibrio en la vida para no caernos. Por otro, que para avanzar hay que pedalear, o sea: movernos, somos nuestro propio motor y le damos la velocidad que queremos. Y por último, somos nuestra propia carrocería, o nos protegemos de los golpes o sufriremos las consecuencias. Una metáfora didáctica.

Soy de las que piensan que los abrazos son sanadores. Que al hacerlo intercambiamos energía. Y el gesto ya dice mucho. El simple hecho de abrir los brazos para recibir a alguien y envolverlo no es poca cosa. Es un acto involuntario. Pero que nace o no nace. Y ese detalle no es menor. Es parte del lenguaje corporal al que presto atención todo el tiempo. Y soy una gran abrasadora porque me encanta que me mimen.

Para mí la radio mal sintonizada es más irritante que una gotera. He dicho.

Tengo una maestría en esquivar personas en grandes amontonamientos. Y creo que tiene que ver con que soy muy expeditiva. Aunque reconozco que a veces dejo todo para último momento, porque cuando trabajo bajo presión es cuando mejor me salen las cosas.

Si la tormenta es de noche, me encanta irme a dormir escuchándola. Si es de día disfruto salir a caminar o andar en bicicleta debajo de ella. Y si es verano, la pileta con lluvia es lo más gratificante.

Soy escorpiana, y eso me lleva a ser como el ave fénix, muero y resucito todo el tiempo. La vida no me pasa, me atraviesa y es por eso que sigo el curso de una novela: principio, nudo y desenlace.

Sufro de verborragia oral y escrita. Si estoy callada o escribo poco, preocupate.

Mi vieja de Boca, mi viejo de River, yo de Vélez. Mi viejo ketchup, mi vieja mayonesa, yo salsa golf. Mis viejos Movistar, yo Personal. Siempre, siempre, fui por el camino diferente. Como esos, mil disparadores más.

Soy de las que van sonriendo por la calle para ir desentonando con el resto. Y aquellas que saludan al llegar a un lugar, piden las cosas por favor y agradecen y se disculpan si hizo algo mal. Casi una especie en extinción.

A pesar de la tecnología y de la practicidad de las biromes, las cosas importantes las escribo con pluma. Y qué lindo momento cuando se queda sin tinta y tengo que cambiar el cartucho.

No se cómo llegué hasta acá. Pero todos dicen que es difícil describirse. Y yo creo que los pequeños actos y los más insignificantes detalles hablan de uno mismo y dicen mucho. O al menos es una buena manera de empezar.