Todos los días escucho a las personas quejarse de que están cansadas de la rutina, aburridas, dando vueltas siempre sobre las mismas cosas. Dentro de las actividades que hacemos a diario y no podemos modificar es el viaje que nos lleva y trae de casa al trabajo y viceversa. El mismo horario, el mismo medio de transporte, el mismo recorrido y hasta a veces el mismo chofer y los mismos pasajeros. Si prestamos atención a los rostros de quienes viajan con nosotros notas la mirada perdida, cansada, muchos durmiendo o escuchando –la misma- música de siempre.
Pero hay un
pequeño porcentaje que va concentradísimo en algo, motivo por el cual a veces
se pasa de la parada en que tenía que bajarse o se pierde de algún
acontecimiento ocurrido en el transporte o afuera. Yo me incluyo en ese pequeño
grupo que vamos leyendo libros, inmersos en una historia, viviendo otra
realidad, viajando por otro paisaje y recorriendo otro camino que el que está
recorriendo mi cuerpo. El viaje se pasa volando, si se demoró más o menos que otras
veces por problemas de tránsito muchas veces ni me entero. Y el placer que
genera conocer otras historias, contadas de tantas maneras diferentes no se
compara para nada con ir mirando –las mismas- vidrieras todos los santos días.
Cada cuadra recorrida es una página nueva que va quedando atrás. Una historia
más que se va develando.
Por eso es que
propongo que capitalicemos nuestro tiempo en leer lo que más nos gusta, libros,
revistas, lo que sea, pero aprovechemos el tiempo que parece perdido en algo que
nos deje riqueza. Una buena lectura. Hoy, tanto a la ida como a la vuelta, éramos
dos leyendo. ¡Seamos más!